Las cicatrices duraderas del conflicto de Iraq

Las armas explosivas constituyen una de las amenazas más devastadoras para la infancia durante los conflictos armados, pero también después.

Por Juan Haro y Diego Ibarra Sánchez
Yousef holds destroyed books at Jummuria Secondary School in Iraq.
UNICEF/UN0611862/Ibarra Sánchez
05 Abril 2022

Mucho tiempo después del final de un conflicto, cuando los aterradores sonidos de los disparos, los morteros y los misiles se han ido disipando gradualmente, el impacto de las armas explosivas puede resonar durante años. Las minas terrestres y las municiones abandonadas o sin detonar siguen matando y mutilando a los niños, las niñas y las familias, a quienes dejan secuelas físicas y psicológicas duraderas. Iraq es uno de los países más contaminados con objetos explosivos que siguen hiriendo gravemente a los niños y las niñas que intentan llevar una vida normal cuando van a la escuela, participan en las tareas cotidianas o juegan con sus amigos.

Hussein, de 5 años, mira por la ventana de su hogar provisional a las afueras de Fallujah, en Iraq.
UNICEF/UN0611861/Ibarra Sánchez
Hussein, de 5 años, mira por la ventana de su hogar provisional a las afueras de Fallujah, en Iraq.
Hussein está sentado en un bidón de agua en su hogar provisional.
UNICEF/UN0612064/Ibarra Sánchez
Hussein está sentado en un bidón de agua en su hogar provisional.

Hussein estaba jugando al fútbol con su hermano cuando un objeto explotó bajo sus pies, le abrió el estómago y le arrancó un trozo de la oreja derecha. “Golpeamos algo, comenzó a salir pólvora y a continuación explotó”, cuenta Hussein. “No recuerdo nada más”. Hussein, de cinco años, y su hermano viven ahora con su abuela en un campamento para desplazados internos en Anbar. La familia de Hussein asegura que el pequeño quedó traumatizado por la explosión, que tuvo lugar en noviembre de 2021, y que a veces actúa de manera agresiva en su hogar.

Muqtada permanece de pie en el interior de su casa, en Basra, Iraq.
UNICEF/UN0611868/Ibarra Sánchez
Muqtada permanece de pie en el interior de su casa, en Basra, Iraq.

Muqtada tenía 16 años cuando un objeto explotó en la calle y le provocó graves heridas. Muqtada se arrastró hasta un coche que se acercaba con la intención de pedir ayuda. El conductor se detuvo, pero no se atrevió a salir del coche por si había minas terrestres en la zona. Muqtada consiguió montarse en el coche antes de desmayarse. No recuerda nada de la explosión, solo que se despertó en el hospital y le faltaba una pierna. “Antes jugaba al fútbol todos los días y salía con mis amigos. Ahora no puedo hacerlo”, afirma.

Zainab (izquierda), camina con su hermano Abdel cerca de su casa, en Basra.
UNICEF/UN0611872/Ibarra Sánchez
Zainab (izquierda), camina con su hermano Abdel cerca de su casa, en Basra.
Un retrato de Zainab en su casa, en Basra.
UNICEF/UN0611978/Ibarra Sánchez
Un retrato de Zainab en su casa, en Basra.

Lo único que recuerda Zainab sobre la explosión es un calor abrasador. Cinco días después, se despertó en un hospital de la región de Basra, al sur de Iraq, con quemaduras en el cuerpo y restos de metralla incrustados en los ojos. Al despertar, recibió una noticia demoledora: su madre había muerto en la explosión. También le dijeron que no volvería a ver como antes debido a las lesiones oculares.

“Cuando pienso en ella me pongo a llorar. Perdí la vista y perdí a mi madre”, dice Zainab. “Era mi vida entera. Echo de menos verla”.

Zainab dice que quiere regresar a la escuela, pero las que hay en su zona no pueden atender debidamente a una persona con una discapacidad como la suya. La joven cuenta que, por el momento, depende de su hermano mayor, Abdel, para casi todo. Sin embargo, está decidida a continuar su educación. “No pierdo la esperanza”, asegura. “Quiero ir a India para operarme y regresar pronto a la escuela”.

El mural de la pared de una escuela de Basra advierte a los niños del peligro de las minas terrestres y las municiones sin detonar.
UNICEF/UN0611870/Ibarra Sánchez
El mural de la pared de una escuela de Basra advierte a los niños del peligro de las minas terrestres y las municiones sin detonar.
Un mapa de Iraq desplegado en la pared de una clase de Basra.
UNICEF/UN0611859/Ibarra Sánchez
Un mapa de Iraq desplegado en la pared de una clase de Basra.

En Iraq, igual que en otros países, los niños y las niñas son especialmente vulnerables a los restos explosivos, que a veces llaman su atención por su apariencia colorida y porque desconocen el peligro que conllevan. Algunas de estas armas son objetos cotidianos reconvertidos en explosivos.

Noor (izquierda) y su prima Rahaf van caminando juntas a la escuela en la ciudad vieja de Mosul, Iraq.
UNICEF/UN0613845/Ibarra Sánchez
Noor (izquierda) y su prima Rahaf van caminando juntas a la escuela en la ciudad vieja de Mosul, Iraq.

A Noor le tiemblan las manos cuando rememora el ataque de 2017. “Perdimos a 13 familiares el día del ataque, entre ellos, mi madre”, explica. Noor se queda callada cuando recuerda el incidente y mira a su tío en busca de consuelo. Es difícil asimilar la devastación, pero la familia espera que lleguen tiempos mejores. Hace poco dieron la bienvenida a una nueva bebé: la sobrina de Noor.

Mahmoud habla con su hija Hanan en su hogar provisional a las afueras de Fallujah.
UNICEF/UN0611866/Ibarra Sánchez
Mahmoud habla con su hija Hanan en su hogar provisional a las afueras de Fallujah.
Un retrato de Hanan en la casa provisional de su familia, a las afueras de Fallujah.
UNICEF/UN0612053/Ibarra Sánchez
Un retrato de Hanan en la casa provisional de su familia, a las afueras de Fallujah.
Uno de los dibujos de Hanan está pintado sobre la pared de la casa provisional de su familia.
UNICEF/UN0611858/Ibarra Sánchez
Uno de los dibujos de Hanan está pintado sobre la pared de la casa provisional de su familia.

Hanan, que tiene 11 años, estaba ayudando a su padre con el ganado cuando un objeto explotó y los dos salieron disparados por los aires. El padre de Hanan perdió un brazo y casi toda la visión, mientras que a ella le quedaron quemaduras y otras heridas. “Me dolía el estómago. Estuve dos meses en el hospital porque tenía restos de metralla en el cuerpo y en los ojos”, explica Hanan al recordar el impacto del día que le cambió la vida para siempre. La joven reconoce que apenas sale de casa y que no le interesa hacer las cosas que suelen hacer los niños y las niñas de su edad.

Diab, de ocho años, fotografiado en su casa, en Fallujah. En 2020, Diab estaba jugando con sus amigos cuando los restos de una munición sin detonar explotaron.
UNICEF/UN0612070/Ibarra Sánchez
Diab, de ocho años, fotografiado en su casa, en Fallujah. En 2020, Diab estaba jugando con sus amigos cuando los restos de una munición sin detonar explotaron.
Diab permanece de pie con ayuda de una muleta en su casa, en Fallujah.
UNICEF/UN0611869/Ibarra Sánchez
Diab permanece de pie con ayuda de una muleta en su casa, en Fallujah.

El conflicto de varios años ha creado una enorme brecha entre la asistencia que necesitan los niños y las niñas que se enfrentan a la repercusión de la violencia y los recursos existentes para ayudarlos.

Ali en su casa, a las afueras de Mosul.
UNICEF/UN0612077/Ibarra Sánchez
Ali en su casa, a las afueras de Mosul.
Ali muestra su mano protésica en su casa, a las afueras de Mosul.
UNICEF/UN0611851/Ibarra Sánchez
Ali muestra su mano protésica en su casa, a las afueras de Mosul.

Ali, de 17 años, perdió las dos manos durante un bombardeo al oeste de Mosul en 2017, cuando se vio atrapado en un conflicto. “La vida ha sido muy complicada desde el bombardeo”, dice Ali, que ahora lleva un brazo protésico. “Tuve que abandonar la escuela porque no podía soportar el acoso que recibía”. Ali asegura que le está resultando difícil encontrar trabajo porque los posibles empleadores no creen que pueda realizar ciertas tareas. “Me gustaría trabajar en una tienda. Creo que tengo la capacidad y que soy útil a pesar de mi discapacidad”, afirma.

Abdul está sentado delante de la pared de una escuela de Mosul gravemente dañada por los bombardeos.
UNICEF/UN0611855/Ibarra Sánchez
Abdul está sentado delante de la pared de una escuela de Mosul gravemente dañada por los bombardeos.

Además de los efectos físicos, las personas que sobreviven a las municiones explosivas suelen enfrentarse a una variedad de consecuencias sociales, como la separación (o la discriminación) de familiares y miembros de la comunidad, las dificultades para llegar a ser económicamente autosuficientes y las pocas oportunidades de casarse. Los que han sufrido amputaciones también suelen ser vulnerables a la estigmatización social, el rechazo y el desempleo.

Un equipo de UNICEF imparte una sesión de capacitación sobre los riesgos de las municiones explosivas en un espacio adaptado a la infancia instalado con ayuda de UNICEF a las afueras de Basra.
UNICEF/UN0611894/Ibarra Sánchez
Un equipo de UNICEF imparte una sesión de capacitación sobre los riesgos de las municiones explosivas en un espacio adaptado a la infancia instalado con ayuda de UNICEF a las afueras de Basra.

En 2021, 125 niños y niñas murieron o resultaron mutilados en Iraq como consecuencia de los restos explosivos de guerra y otros artefactos explosivos. UNICEF está trabajando con sus aliados en Iraq en la tarea de fortalecer los sistemas de protección de la infancia y los programas de capacitación sobre los riesgos. El mismo año, los equipos de UNICEF en Iraq atendieron a casi 69.000 niños y niñas en situación de riesgo y capacitaron a más de 4.000 profesionales en educación sobre el peligro de las municiones explosivas con el propósito de reducir el riesgo de muerte o lesión al que se enfrentan los niños y las niñas.

Un equipo de UNICEF imparte una sesión de capacitación sobre el peligro de las municiones explosivas en un espacio adaptado a la infancia instalado con ayuda de UNICEF.
UNICEF/UN0611896/Ibarra Sánchez
Un equipo de UNICEF imparte una sesión de capacitación sobre el peligro de las municiones explosivas en un espacio adaptado a la infancia instalado con ayuda de UNICEF.
Un grupo de niñas juegan en una escuela de Basra.
UNICEF/UN0611899/Ibarra Sánchez
Un grupo de niñas juegan en una escuela de Basra.

“Conocemos a muchas familias y víctimas, sobre todo niños y niñas. A veces, su estado psicológico es preocupante”, asegura Aya, oficial sobre el terreno en Bustan, una ONG que cuenta con el apoyo de UNICEF. “Los niños y las niñas no pueden hablar de lo ocurrido debido a la conmoción que sufrieron. Se guardan el dolor desde que son pequeños”. El trabajo de Aya consiste en concienciar (sobre todo, a los niños) acerca de los peligros de los restos explosivos de guerra.

Dalia, sentada en una silla de ruedas, pasa tiempo con sus amigas en el jardín de su casa.
UNICEF/UN0612084/Ibarra Sánchez
Dalia, sentada en una silla de ruedas, pasa tiempo con sus amigas en el jardín de su casa.

En 2013, una simple visita al supermercado con sus padres cambió la vida de Dalia por completo. La familia estaba en la calle comprando cuadernos para el nuevo año académico. No tenían forma de saber que alguien había pegado unos explosivos debajo de un carrito de la compra. Decenas de personas murieron en la explosión. Dalia recuerda oír gritos y ver cuerpos desmembrados a través del humo.

Tras pasar unos días en el hospital, Dalia comenzó a darse cuenta de que no sentía las piernas. “Perdí dos años de clases debido a la rehabilitación y al cierre de las escuelas”, dice Dalia, que ahora depende de una silla de ruedas para desplazarse.

La devastación de la historia de Dalia es demasiado conocida para los niños y las niñas que crecen bajo la sombra del conflicto, pero también lo son la fuerza y la determinación de los supervivientes. “A pesar de mi discapacidad, sigo sintiendo una gran pasión por los números y las matemáticas”, asegura. “Me siento muy motivada para seguir luchando por mi sueño de emprender un negocio en el futuro”.