Scarly, la joven migrante que ‘contra viento y marea’ logró graduarse
Sin educación, la historia de Scarly, una joven de 18 años nacida en Venezuela, podría haber sido otra
En una carpeta plástica Scarly guarda más de 30 documentos cuidadosamente organizados. Los endereza y acomoda sin quitarles la mirada de encima. Hablan de su vida: reportes de calificaciones, certificados y fotos familiares. Hay uno más grande que los demás, donde su nombre completo en elegantes letras itálicas revela su logro más importante a la fecha: su grado de bachiller. Junto a este cartón está una de las fotos sonrientes que le tomaron el día de su grado, con toga y birrete. Con cuidado, Scarly muestra su diploma sosteniéndolo a la altura del torso.
La historia de Scarly, una joven de 18 años nacida en Venezuela, podría haber sido otra. Como ella misma dice, su vida “no iba por un buen camino”, pues solía estar mucho tiempo en la calle, no siempre con buenas compañías. Sentada en la sala de su casa, cerca de Medellín, recuerda cómo su situación cambió cuando, por razones económicas y de cuidado, su familia decidió enviarla a Colombia en busca de mejores oportunidades cuando tenía 7 años, en 2012.
Una familiar la recibió en Barranquilla para apoyarla, con la condición de que estudiara. Con sus documentos venezolanos en ese entonces no era sencillo encontrar cupo en una escuela local, por lo que estudió durante esos años de infancia y preadolescencia de manera informal y sin la continuidad necesaria. Cuando Scarly tenía 14 años, ella y su familiar se enteraron de Círculos de aprendizaje, una iniciativa de estudio flexible de UNICEF y de la Secretaría de Educación, la Fundación Escuela Nueva y la Corporación Opción Legal para Barranquilla, que se enfocaba en integrar a los niños, niñas y adolescentes, desescolarizados por diferentes razones, al sistema educativo formal colombiano.
“A esa edad fuimos a buscar estudio y no había cupo, además porque yo tenía mi documento venezolano y todavía no era posible aplicar. Círculos de aprendizajes me aceptó y allí me dieron la oportunidad de estudiar”, recuerda Scarly con cierto alivio en su voz y muestra algunos de sus cuadernos. “Todavía tengo los cuadernos de esa época. En cada cuaderno dejé una huella. Tuve mucha oportunidad, allí comencé a estudiar, me dieron la entrada y todo lo que necesitaba. Me gustó mucho, la verdad”.
A estos espacios comunitarios llegan principalmente migrantes como Scarly, desde los siete años de edad en promedio. Allí reciben apoyo socioemocional y educativo para que logren nivelar sus conocimientos al grado que les correspondería si no hubiesen interrumpido sus estudios en su proceso de migración.
El anhelo de seguir estudiando y de entrar a un colegio siempre fue su gran motor. Gracias a su empeño, Scarly logra nivelarse, pese a que algunos grados, como el equivalente a quinto de primaria, le habían costado más que otros. Al cumplir 15 años logra entrar a cursar quinto grado en un colegio formal en Barranquilla. Antes de eso, recuerda con cierta nostalgia cuando aún no estaba en el sistema educativo formal: “a veces me iba para el metro y veía a las muchachas con su uniforme… y a veces se me salían las lágrimas porque decía ‘yo quiero ser esa persona’”.
Esos primeros días de colegio formal en Barranquilla los recuerda sonriendo y gesticulando con las manos, como quien sostiene libros en los brazos: “Yo me levanté, yo era toda feliz… le decía a mi tía ‘¡yo me voy!’, fui a buscar el cuaderno... yo era brincando por aquí, brincando por allá. Ese día cuando llegué allá me puse nerviosa porque no conocía a nadie. Siempre como a las tres de la tarde me daban el receso y el algo de comer. Yo me sentía muy bien, me sentía muy feliz porque al rato nos dieron el uniforme, el bolso… para mí lo más lindo fue el segundo día, porque me sentía así como una niña más pequeña de lo que yo era, el uniforme me quedaba grande y yo lo veía y decía, ‘esta soy yo’. Me sentía muy bien, la verdad”.
En 2020, Scarly se mudó de Barranquilla a Medellín, donde UNICEF apoyó su proceso para encontrar de nuevo un cupo escolar para el grado sexto. Así pasaron los siguientes años y, superando incluso algunos problemas familiares y personales, Scarly logró llegar a último grado, pese a que ciertas asignaturas le costaban un poco más que otras. “Cuando vi que ya me iba a graduar no lo creía, porque yo decía... por todo lo que he pasado... por tantas cosas que pasé, pero me volví a levantar y seguí estudiando hasta que ya faltaban unos días para las fotos y yo sentía esa felicidad, pensaba: ‘¡lo logré, lo logré y lo logré!’ y seguí… hasta el último día”.
En Colombia, garantizar la formación integral y la trayectoria educativa de los niños, niñas y adolescentes son uno de los principales retos. Para poner en perspectiva el logro de Scarly como estudiante y migrante, de acuerdo con datos del Ministerio de Educación, a finales de 2022 todavía más de 223 mil niños y niñas no estaban estudiando. Cifras de Fedesarrollo estiman que de cada 100 estudiantes que empiezan primero de primaria, solo 43 finalizan la educación media. Por otro lado, según el Observatorio de Trayectoria Educativa del Ministerio de Educación, solo el 40% de estudiantes de educación media transitan a la educación superior. Para 2027 se estima que la cifra sea aún más crítica; solo el 42.7% de los estudiantes que estaban matriculados en 2022 terminarán sus estudios.
“Sin el apoyo de UNICEF, yo, siendo sincera, no estaría acá donde estoy”, dice Scarly abriendo los brazos. Ahora, esta joven sueña -entre varias opciones- con ser psicóloga, pues fue el apoyo psicosocial lo que le permitió asumir el reto de ser una estudiante en un país nuevo y contar con un título de bachiller.
Dentro de su estrategia para la recuperación de aprendizajes y el restablecimiento de sus trayectorias educativas, UNICEF trabaja con el Ministerio de Educación para que más de 26.000 estudiantes regresen a la escuela, siendo el 15% de ellos migrantes venezolanos. Hoy en día, se continúan implementando espacios de aprendizaje en municipios fronterizos y asentamientos humanos donde hay mayor presencia de niños, niñas y adolescentes migrantes, para que puedan después pasar a un modelo flexible educativo que, a la larga, les permita también ingresar al modelo educativo formal del Estado. De esta manera, se busca garantizar su derecho a la educación sin importar de dónde vengan, para que puedan alcanzar todo su potencial.